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Los hombres también lloran

No hace falta ser antihombre para ser promujer” (Jane Galvin, activista)

Nunca antes el hombre había estado sometido a una crisis de identidad tan brutal como la que ahora está padeciendo. La mujer se ha vuelto su enemiga, ya no compite y lucha por el bien común junto a él, sino que envuelta en eslóganes como “ante la duda, tú la viuda”, “el odio al hombre es el derecho de la clase oprimida a odiar a la clase que la oprime” o “el mejor hombre, es el hombre muerto”, se erige en constructora de una nueva realidad social en la que trata, permanentemente, de excluirlo.

Hay quien pretende hacernos creer que la masculinidad es opresora, tóxica, asesina, el patriarcado es un cáncer y que el varón es el enemigo a abatir.

Como mujer feminista y femenina que soy, no pongo en duda que en países totalitarios o tercer mundistas sea una lucha ser mujer, pero no, en países desarrollados occidentales y democráticos.

La paradoja es que, vivimos en una época en la que a algunos se les llena la boca con las palabras “sociedad inclusiva” pero resulta que al hombre hay que excluirlo. Se han creado “colectivos” cuyo objetivo fundamental es darle caza. Se lucha contra el hombre y no con el hombre, en aras de alcanzar una sociedad mejor.

Existe una versión del feminismo que nos hace creer que las mujeres debemos ser burdas copias de los hombres y que debemos de imitarlos en todo, craso error.

Después de años de investigación, Susan Pinker, psicóloga y escritora canadiense, publicó La Paradoja sexual. Traducido a 17 idiomas, cuestiona que las mujeres tengan que medir su éxito en la vida según parámetros masculinos.

Ya en la infancia, las niñas tiene una mejor comprensión lectora y un mayor manejo del lenguaje y de la empatía. Los niños, por contra, tienen más dificultad en el aprendizaje y una mayor tendencia al fracaso escolar y a la falta de concentración. Ellos son más frágiles y ellas más fuertes.

Entonces, si las niñas son más capaces, tienen menos problemas psicológicos, son más disciplinadas y tienen más autocontrol ¿ cómo es posible que esta tendencia se invierta en los lugares de trabajo? ¿por qué las mujeres a veces eligen profesiones peor pagadas o con menor poder? ¿por qué, en ocasiones, una mujer que ha llegado a la cima en su carrera profesional decide dejarlo todo y dedicarse a otra cosa?

Hombres y mujeres somos iguales y también, somos diferentes. Nos aportamos mucho mutuamente, ahí radica la riqueza de coexistir.

Algunos movimientos nos presentan a una mujer incapaz, que no sabe ni puede dirigir su vida y a la que el patriarcado ha oprimido por el simple hecho de haber nacido mujer. Pues bien, por mucha política igualitaria que se imponga existen diferencias naturales entre los sexos que se resisten a cambiar. Se trata, más bien, de una cuestión de educación, de valores, de principios, de sentido común, de libertad de elección y de todo eso vamos bien servidos en nuestro país.

No deja de ser cierto que durante mucho tiempo a la mujer se le vetó el acceso a los estudios, a determinadas profesiones, y que se la excluyó de la sociedad, sin embargo, desde hace más de 50 años esto ya no es excusa. Sirvan de ejemplo cantidad de mujeres influyentes en nuestra sociedad: Ana Patricia Botín, Marta Ortega, Dolores Dancausa, Carme Ruscalleda, Penélope Cruz, Cristina Garmendia, Fuencisla Clemares, Rosa Menéndez, Rosalía, Dolores Redondo y un largo etcétera.

En un país desarrollado como el nuestro, con una constitución que nos reconoce iguales y con leyes que así lo avalan, las mujeres tenemos las mismas oportunidades que los hombres y las mismas facilidades para acceder a una profesión u otra. Aunque esto no es excusa para que sigamos eligiendo unas profesiones en detrimento de otras.

En su libro, Pinker afirma: “lo que estamos viendo es que, en los países con más oportunidades, eligen unos trabajos sobre otros. Cuando las mujeres tienen la sensación de que pueden elegir, se suelen dirigir, de media, hacia carreras que les permiten más flexibilidad, poder estar más con sus hijos, sus familias, amigos, dedicarse a hobbies y a trabajos más sociales y menos solitarios. Anteponen trabajar con gente a la que respetan y donde pueden tener un impacto social. Como resultado, en las democracias industrializadas, la mayoría de los médicos, abogados, veterinarios, logopedas, psicólogos, trabajadores sociales y editores son mujeres. Pero trabajos más solitarios que implican estar manipulando cosas o programas durante muchas horas, sin la oportunidad de hacer de la sociedad un sitio mejor, no son muy populares entre las mujeres, pese a los esfuerzos de los últimos 40 años para que les resulten atractivos.”

En cuanto a la brecha salarial, habría que concretar qué tipo de trabajo, la antigüedad en el puesto o cuál es el horario, antes de elaborar estadísticas que pueden llevar a confusión.

Los resultados de un estudio sobre la depresión, liderado por el catedrático en Psiquiatría José Luis Ayuso de la Universidad Autónoma de Madrid y por la Fundación para la Investigación y Docencia Sant Joan de Deu, sorprendieron a los mismos investigadores: “el grupo más vulnerable a la mortalidad asociada a la depresión es el de hombres adultos con edades comprendidas entre 18 y 64 años, algo inaudito si tenemos en cuenta que la depresión es más frecuente entre las mujeres y también entre las personas más mayores”. Estas cifras deberían hacernos reflexionar muy seriamente.

Existe un grupo de hombres, jóvenes y de mediana edad, que sienten que no encajan. Se han divorciado y no ven a sus hijos, no encuentran trabajo o lo han perdido, se encuentran solos y con profundos problemas psicológicos, con depresión.

La sensación de que no son capaces de asumir el rol de género que la sociedad les asigna es una de las claves para el desarrollo de esta enfermedad. Por mucho que insistamos en negarlo, al hombre se le sigue valorando si tiene un buen trabajo, si gana un sueldo alto, si puede mantener a su familia, si es varonil, fuerte, protector y esto conlleva un alto coste para su felicidad, su salud e incluso su esperanza de vida.

A ellos les cuesta mucho hablar de cómo se sienten, ya que carecen de las habilidades sociales que las mujeres poseemos, lo que les imposibilita desahogarse con amigos o familia. Estos hombres viven su calvario de manera solitaria, sin recibir ayuda porque no saben pedirla y con un alto riesgo al suicidio.

En una sociedad que por un lado, les obliga a ser fuertes, a no llorar, a no mostrar su vulnerabilidad, porque son hombres. Y por otro lado, los observa inquisitivamente cual agresor, por el simple hecho de serlo.

Nadie les hace caso, nadie los escucha, no hay ayudas para ellos y los resultados son devastadores. (No estoy diciendo que todos sean unos santos como tampoco lo son todas las mujeres).

La falta de atención médica en el momento es un factor que agrava la depresión. En el hombre, los síntomas suelen estar más disfrazados , ya que la presión social y el machismo les obligan a esconder sus sentimientos de debilidad y tristeza.

Sufren violencia, aunque esta es, muchas veces, silenciada y objeto de burla. Al hombre se le critica por cómo habla, cómo se relaciona, se le ridiculiza hasta tal punto que, muchas veces los medios de comunicación son cómplices de tal desatino. Incluso, existen leyes que ante el mismo delito, castiga mas duramente al hombre que a la mujer.

No se trata de una carrera de hombres contra mujeres, se trata de construir una sociedad en la que hombres y mujeres caminen en la misma dirección, se apoyen, comprendan que las diferencias son enriquecedoras. Que todo este asunto, con el que algunos pretenden hacer su «agosto particular», se soluciona educando en valores, respetando al prójimo y sin prejuicios. Dándole a cada uno la posibilidad de ser único, en aras de construir una sociedad inclusiva y conciliadora.

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