
El contacto humano es tan importante como el agua, la comida, el aire, la risa y los zapatos nuevos. (María Keynes 1963)
El otro día, Bélgica sorprendía al resto del mundo anunciando que permitía, durante el confinamiento, que las personas pudiesen tener un “compañero de mimos”.
Esta sorpresiva decisión no deja de tener una lógica aplastante, ya que supone una ayuda fundamental para mantener la salud mental de los confinados. El contacto humano, las caricias, nos aportan consuelo, alivio, ternura, atención, afecto, y tienen la capacidad de transformarnos, haciéndonos sentir mejor y enriqueciéndonos como personas.
Robin Dunbar, profesor de Psicología evolutiva de la Universidad de Oxford, en Reino Unido afirma que, “el sentido del tacto, tocar, es crucial para los humanos, ya que vivir sin él debilita nuestras relaciones más cercanas”.
El científico asegura que, «el tipo de contacto más íntimo, el brazo alrededor del hombro, una palmada y esos gestos reservados para amistades más cercanas y miembros de la familia son realmente importantes».
Tocar a los demás nos hace sentir más felices y plenos, además de que nos ayuda a confiar en el otro.
El tacto es el primero de los cinco sentidos que desarrollamos en el útero materno, los receptores responsables de las sensaciones táctiles presentes en la piel son los primeros en desarrollarse. De hecho, a las ocho semanas estos receptores comienzan a aparecer alrededor de la boca y sobre las 12 semanas ya están presentes en toda la cara, las palmas de las manos, así como la planta del pie para luego extenderse progresivamente por todo el cuerpo, a partir de la semana 20 el bebé, ya siente las caricias en la barriga de la madre.
Según Dunbar, es el resultado de nuestro pasado evolutivo como primates. “Ellos construyen este tipo de relaciones y amistades entre sí a través del tacto social, que toma la forma de aseo social, que consiste en revisar el pelaje del otro. Y nosotros todavía lo hacemos». “Mientras que la mayor parte de nuestro pelaje ha desaparecido, los humanos hacemos los mismos movimientos cuando acariciamos, abrazamos o damos palmadas”, explica Dunbar.
Cuando tocamos, aumenta la producción de endorfinas, unos neurotransmisores que nos hacen sentir placer, felicidad y bienestar.
Son numerosos los estudios que muestran que la ternura y el tacto disminuyen el estrés, la ansiedad y el dolor. Un ejemplo sería el efecto analgésico que puede tener, para un niño, el beso de su madre. Desde que nacemos buscamos instintivamente el calor humano. Un bebé no podría sobrevivir sin alimento, pero tampoco sin afecto. Y en los adultos existe una necesidad, igualmente importante, de sentir cercanía afectiva.
Virginia Satir, pionera de la terapia familiar, decía: «El contacto afectivo es a las relaciones como la respiración al mantenimiento de la vida».
Incluso los neurólogos hacen hincapié en la importancia de que los seres humanos, igual que las neuronas, necesitamos estar conectados ya que nuestro bienestar depende de ello. Debemos relacionarnos con otras personas, compartir intereses y afectos. Es más, tener relaciones afectivas nos ayuda a la hora de combatir una enfermedad.
Por contra, el aislamiento social incrementa, significativamente, el riesgo en una persona de morir prematuramente. Además, se relaciona con un aumento de los casos de depresión, ansiedad y suicidio, el deterioro cognitivo, la pérdida de memoria, los problemas cardiovasculares y los dolores musculares.
«Reírnos y hacer reír a los demás y cantar son formas muy buenas para poner en movimiento al sistema de endorfinas» según Dunbar. A lo que yo añadiría, crea un horario, ten un objetivo, no veas tanto la televisión, realiza alguna rutina de ejercicio físico, (adáptala a tu nivel), utiliza el teléfono un poco más y llama a tus familiares o amigos, relaciónate con tus vecinos, navega por internet, haz videollamadas. Se trata de sobrevivir a estos tiempos tan convulsos y caóticos sin perder nuestra verdadera esencia, nuestras ganas, nuestra “necesidad de tocarnos”, ya que es esto lo que nos hace realmente humanos.