Una emoción es una reacción física y psicológica, que responde a una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea.
Etimológicamente viene de E= energía y MOTION= moción, movimiento. Energía en movimiento. Esa energía en movimiento nos trae información de cómo nos sentimos con lo que estamos viviendo en ese momento y nos dirige hacia una acción.
Las emociones nos permiten comunicarnos e identificar aquello que es bueno y malo para nosotros. Son indicadores de nuestro interior, señales que nos avisan de que hay una necesidad que necesita ser cubierta.
En nuestro contexto cultural, se nos enseña a ser racionales y a no mostrar determinadas emociones, sobre todo aquellas que se han, mal llamado, negativas. Sin embargo, sentir emociones es lo que nos hace humanos. A diferencia de los reptiles que sólo tienen instintos básicos y no pueden sentir emociones, los mamíferos tenemos amígdala y podemos sentir. Es más, los seres humanos podemos “racionalizar” lo que sentimos, de ahí la evolución de nuestro cerebro hacia un córtex más extenso. Podemos encontrar una explicación a lo que estamos sintiendo en un momento determinado, lo racionalizamos y si no es bueno para nosotros lo podemos cambiar.Las emociones primero se sienten y luego se racionalizan. Hay que aceptarlas, hay que vivirlas. Debemos ser conscientes de nuestras emociones y responsabilizarnos de ellas para nuestro bien mental.
Las emociones ni son positivas ni son negativas, todas, absolutamente todas, nos sirven para algo. Con independencia de las sensaciones agradables o desagradables que nos produzcan. Conocer bien las emociones pasa por permitirnos sentir y no reprimir lo que sentimos. Son nuestras aliadas, nuestras compañeras de viaje. Lo que ellas nos dicen, de lo que nos avisan está orientado a preservar nuestra salud.
Las emociones básicas son el miedo, el asco, la ira, la tristeza, la alegría y la sorpresa y suelen venir acompañadas de claros indicios físicos. Todas tienen una corporalidad determinada. Las sensaciones corporales de las emociones nos permiten interpretar cómo nos afecta lo que sucede a nuestro alrededor y así, actuar en consecuencia.
El miedo nos avisa de la necesidad de protección, tiene que ver con el instinto primario de supervivencia. Nos prepara ante situaciones en las que tendremos que dar una respuesta de huida, anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad por lo que nuestro cuerpo dirige la mayor parte del flujo sanguíneo hacia las piernas, en caso de necesitar salir huyendo, quedando menos cantidad de sangre en la parte superior del cuerpo, esta es la razón por la que en estas situaciones solemos tener el rostro pálido.
El asco nos avisa de la necesidad de rechazar algo para no envenenarnos. Provoca que la persona se aleje del objeto que le produce dicha aversión. Su función es la de protegernos ante algo nocivo o peligroso, como comida en mal estado o cualquier sustancia tóxica. El cuerpo nos hace apartar la visión de dicho alimento, o nos tapamos la nariz o sentimos arcadas. Esta emoción nos ayuda tanto a evitar poner en riesgo nuestra salud como a que sigamos unos hábitos saludables, higiénicos y adaptativos.
La ira nos avisa de la necesidad de proteger nuestro territorio, nos ayuda a marcar límites. Provoca una movilización de energía para defendernos o atacar cuando nos encontramos en peligro. Por eso, percibimos que nuestra energía aumenta, se nos acelera el corazón, necesitamos actuar de forma impulsiva para dar una respuesta ante el estímulo peligroso. Por lo que el cuerpo dirige la sangre a las extremidades, brazos y piernas, por si hay que realizar una respuesta inmediata.
La tristeza nos avisa de la necesidad de restaurarnos por dentro. Lleva al deseo de una nueva reconstrucción personal. Disminuye nuestra energía, haciendo que nos apartemos de la vida social, ignorando los estímulos externos, con la finalidad de que nuestra atención se focalice a nivel interno. Fomentando una auto-evaluación constructiva de la situación.
La alegría nos avisa de la necesidad de estar receptivos a compartir. Provoca en nosotros un estado placentero, relajando nuestra musculatura e inhibiendo los pensamientos negativos. Facilitando una mejor predisposición a realizar acciones y a favorecer las relaciones sociales. Con el estado de felicidad, aumentamos nuestra autoestima y autoconfianza.
La sorpresa nos avisa de la necesidad de afrontar de manera más efectiva los cambios inesperados que nos pueden ocurrir en nuestra vida diaria. Y poder evaluar de manera efectiva si la situación que estamos sufriendo es segura o perjudicial. Es la emoción más breve, se produce ante una situación novedosa o extraña y desaparece con rapidez.
Ser capaces de gestionar nuestras emociones es fundamental. Lo contrario lleva a situaciones, muchas veces absurdas, que estamos hartos de ver y experimentar en nuestra vida diaria: reinas que se lían a manotazos en público; programas de televisión en los que los contertulios se echan los trastos a la cabeza; personas que se quejan permanentemente de todo lo que les acontece en la vida, en lugar de tomar acción; individuos que desconfían del otro; gente que se pasa la vida criticando a los demás en lugar de hacer algo productivo; discusiones absurdas que acaban en gritos y, a veces, con violencia, y que tienen lugar en el trabajo, el hogar, con los amigos). Las personas con una mala gestión emocional encuentran siempre un culpable para todo, o bien recalcan que lo que les sucede se debe siempre a circunstancias externas y, obviamente, nunca es su responsabilidad. Viven en el papel de víctima de todo lo que les ocurre. Lo malo siempre les persigue. Tienen excusas preparadas para no ser responsables de su falta de éxito, no toman responsabilidad de sus vidas. Son tremendamente pesimistas, muy susceptibles, intolerantes, se enfadan y ofenden con demasiada facilidad. Desconfían de todo o casi todo. Son incapaces de interpretar la reacción de los demás y, en consecuencia, actúan de forma inapropiada. Las personas con mala gestión emocional estallan en arrebatos desproporcionados e incontrolables y hace que éstas tengan dificultades para tener relaciones saludables.
Ser capaces de gestionar y controlar las emociones es importantísimo para todo ser humano en su día a día. El control de las emociones serena la mente y nos permite enfrentarnos a la toma de decisiones difíciles, situaciones poco agradables y etapas de cambio. Consigue que nuestro estado de concentración sea mayor y que pensemos con más claridad, dejando a un lado los sentimientos y emociones exageradas.
El ser humano puede experimentar un sinfín de emociones. Se puede decir que nos gobiernan en el día a día. Es interesante saber identificarlas para poder comprender su naturaleza y poder controlarlas. Ésta será la única forma de poder serenarnos en determinadas ocasiones, por ejemplo, cuando sintamos miedo por algo irracional. Si comprendemos de dónde nace este miedo lograremos aprender a controlarlo. Así, el control de las emociones es esencial para superar por ejemplo ciertas fobias, como miedo a volar, a los espacios abiertos o incluso a las cucarachas.
Por el contrario, si dejamos que nuestras emociones se apoderen de nuestro ser, nuestra mente dejará de funcionar racionalmente, volveremos a la etapa de las cavernas, estaremos a merced de lo que sintamos en cada momento, tomando decisiones completamente impetuosas y nada meditadas.
Además, cabe destacar que aprender a controlar nuestras emociones también nos proporcionará herramientas sociales; y es que cuando uno comprende de dónde nacen sus emociones y cómo manejarlas, desarrolla también una habilidad de lo más excepcional, la empatía. La empatía es la capacidad para ponerse en el lugar del otro y saber lo que siente o incluso lo que puede estar pensando. Así, en un futuro, cuando identifiquemos una emoción determinada en otra persona sabremos cómo comportarnos con ella y como aconsejarle o consolarle.
Las personas que cuentan con una capacidad superior para controlar sus emociones serán mucho más felices, pues podrán satisfacer mejor sus necesidades y dominar los hábitos mentales que pueden conducirle a ese estado de positividad. Sin embargo, aquellas personas que no pueden controlarlas, se verán inmersos en una espiral emocional que les impedirá concentrarse y pensar en cada momento con claridad.
La buena noticia es que existen herramientas que ayudan a gestionar las emociones.
Si ya la tienes, cuando ya la estás sintiendo, respira profundamente y la intensidad de la emoción bajará. Acéptala, hazte responsable de ella y ponle nombre (miedo, ira, tristeza…), no actúes, espera. Revisa que pensamiento hay detrás de esa emoción. ¿Qué otra cosa te puedes decir?, sustituye ese pensamiento por el anterior. Cambia la acción.
Una manera de gestionar la emoción antes de que te llegue es ser más consciente de tus juicios y creencias y analizarlos con cautela. Si cambias tus juicios, tu manera de observar una situación determinada, cambiarás la emoción que sientes ante ese mismo hecho.
Sandra Arteaga
Coach ACC por ICF
Exelente redacción. Felicitaciones!!
Gracias!!