
Cuando subo al tranvía me encanta observar a la gente. Su lenguaje corporal dice mucho de su estado anímico. Es increíble lo ensimismada que anda la mayoría con sus teléfonos móviles, otros, muy pocos, observan el paisaje o charlan entre ellos.
Hace unos días me senté, casualmente, al lado de dos personas que mantenían una conversación muy divertida. Realmente, me senté al lado de una de ellas, la otra, con la que mantenía la conversación, estaba sentada enfrente. Eran dos chicas, de unos veintitantos años más o menos. Una le decía a la otra que se había encontrado con Fulanita la semana anterior y que, ésta, le había contado que era feliz. Por lo visto, Fulanita, le había estado hablando de lo bien que le iban las cosas. Había encontrado un trabajo en una tienda en la que estaba encantada, porque la jefa la trataba genial, y, además, estaba empezando a salir con un chico que había conocido el año pasado. Lo contaba con tanto énfasis que me dieron ganas de llamar a Fulanita para felicitarla por lo bien que le iban las cosas. Cuando, de repente, oigo decir a la susodicha: — “Tía, me dio una envidia, ¡buf!, pero sana ¡eh!”
¿Envidia Sana? ¡Dichosa coletilla! La envidia sana no existe.
La envidia es una emoción que surge al experimentar dolor o desdicha por no poseer lo que el otro tiene, ya sea en bienes materiales, cualidades superiores u otra clase de cosas tangibles e intangibles. La RAE la ha definido como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee.
Todos, en algún momento de nuestra vida hemos sentido envidia. La percepción de que a una persona le va bien provoca, en nosotros, sentimiento negativo de malestar, rabia o tristeza. Con frecuencia consideramos a la otra persona culpable de ese malestar, humillación o desdicha. Esta emoción surge debido a que se padecen frustraciones personales, baja autoestima, inseguridades o miedos que nos impiden conseguir los objetivos que nos hemos planteado en la vida.
Observamos determinadas personas a nuestro alrededor y vemos que estas tienen o han conseguido algo que nosotros ansiábamos. Esto nos produce inseguridad y esta inseguridad frustración y resentimiento. Surge cierto odio y se desea que a la otra persona le vaya mal. El envidioso es incapaz de disfrutar y alegrarse por lo bueno que le sucede al otro.
Entonces, ¿puede todo esto ser “sano”? la respuesta es no.
Acompañar el sustantivo envidia del adjetivo sana es un intento vano de hacernos sentir mejor, ante ese sentimiento que estamos teniendo. Tratamos de quedar bien ante los demás, ya que lo normal sería alegrarnos de que a alguien le vayan bien las cosas, de que sea feliz, de que tenga trabajo, de que haya encontrado pareja. En lugar de odiarlo por esta razón. Además, si esto fuera así, también emplearíamos expresiones como “rencor sano”, “odio sano”, “malestar sano”, “desdicha sana”, “frustración sana”.
Imagina una conversación en la que te digan: —“le tengo un odio sano a Pepe desde que le tocó la lotería”. O, —“siento una frustración sana en el estómago por no haber conseguido el objetivo que tanto deseaba y ver como tú sí lo has conseguido”. O, le guardo un rencor sano a Cristina por el magnífico don de gentes que tiene y lo que la gente la quiere”
El castellano es una lengua inmensamente rica. Lo contrario a la envidia es la caridad, la conformidad, la nobleza, el amor, la congratulación, la generosidad, la admiración, pero no la envidia sana. La correcta identificación de las emociones es fundamental para poder gestionarlas, aceptarlas y ver que hay ahí, ¿por qué estamos sintiendo envidia?, ¿qué necesidades no tenemos cubiertas? ¿cuáles son las inseguridades que tenemos? ¿cómo podemos trabajarlas?
¿Qué tal si en lugar de decir sentí envidia “sana” decimos, me alegré mucho por ella o sentí admiración por Fulanita o me parece fantástico que haya conseguido lo que tanto deseaba? El lenguaje es nuestra manera de expresarnos, de relacionarnos con el mundo y según como lo empleemos nos comunicaremos con los demás de manera constructiva o destructiva. Es nuestra guía interior de lo que imaginamos, pensamos y sentimos, nuestro filtro de la realidad personal. En resumidas cuentas, al hablar de envidia sana se nos ve el plumero. A través de nuestro lenguaje expresamos identidad, valores, creencias, interpretaciones y actitudes, y describimos reacciones, comportamientos y juicios sobre nosotros mismos y sobre aquello que nos toca vivir o con quienes nos toca relacionarnos. Por eso es vital hacer un uso correcto de él. Por nuestro propio bien, para poder crecer.
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