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Sobre la empatía y las redes sociales

Por 13 septiembre, 2018 Empieza a comentar

Hoy en día es prácticamente imposible imaginar un mundo en el que no haya redes sociales. En España existen ya 27 millones de usuarios activos, lo que significa un 58% de la población y la cifra va en aumento. Los  motivos por los que las personas utilizan las redes sociales suelen ser muy variados: para estar en contacto con amigos, para estar informado y al día, como manera de disfrutar de momentos de ocio, para hacer networking, personas que se unen a una red social porque tienen amigos que ya pertenecen a una,  para compartir fotos, vídeos, opiniones, para investigar sobre algún asunto, para conocer gente nueva, para comprar. Todo  esto suena muy bien y es fantástico pero, ¡cuidado! la manera que tenemos de relacionarnos  en las redes sociales es, muy diferente, a como lo hacemos fuera de ellas.

¿Has observado cómo, cada vez, es más frecuente leer comentarios de  usuarios de redes sociales, amenazando de muerte a otro por pensar diferente o por discrepar sobre algún tema? A diario se reciben infinidad de comentarios desagradables, denigrantes, vejatorios, racistas, sexistas, xenófobos… Amenazas de tipo: ¡ojalá te mueras!, ¡voy a acabar contigo y con tu familia!, ¡sé dónde vives!, ¡te mereces lo que te está pasando! Es normal observar, en las redes sociales, actuaciones desproporcionadas cuando alguien simplemente expresa un sentimiento o da su opinión sobre algún asunto. Enseguida, se lanza sobre él/ella algún usuario, insultándolo y deseándole lo peor. Los ejemplos son infinitos: Miguel Bosé ,cuando murió su sobrina Bimba Bosé, escribió unas líneas expresando su dolor y recibió mensajes de homofobia diciendo que su sobrina había muerto porque él era homosexual; a Inés Arrimadas la han llamado “mala puta”; la periodista Ana Pastor ha recibido insultos y amenazas de muerte;  a Miquel Iceta, por su condición sexual,  lo han llamado “ser repugnante” con “los esfínteres dilatados”,  incluso a Adrián, un niño enfermo de cáncer, le desearon la muerte porque le gustaban los toros; a Milan , el hijo de Piqué, lo quieren ver bajo tierra, a Shakira la insultan constantemente.

En las redes se producen situaciones que en la vida real serían impensables. Las personas se transforman y, te sorprende como alguien, a quien crees normal, muestra  reacciones desproporcionadas y parece  estar  poseído cuando lees sus cometarios. Este tipo de personas, muchas veces, no son conscientes de la repercusión que tienen sus actos, tienen escaso autocontrol, respetan muy poco o nada al prójimo, son agresivos y, sobre todo, carecen de empatía. Se escudan en el anonimato que les proporcionan las redes y surgen, descontrolados, sus instintos más primarios. Se vuelven irracionales y radicales.

La empatía es la capacidad de comprender los sentimientos, pensamientos y experiencias de los demás. Es ponerte en los zapatos del otro, aunque nunca hayas sentido, pensado o vivido de esa manera. La empatía es tan necesaria para el individuo como respirar. Nos hace más humanos, mejores personas. La mayor necesidad psicológica de una persona es sentirse entendido y valorado y, muchas veces, en las redes esto no se da.  Requiere también ser consciente de que los demás pueden sentir y pensar de modos similares a los nuestros, pero también diferentes. Y esto hay que respetarlo. Tal vez a ti no te moleste un determinado comentario o broma, pero a otra persona sí puede molestarle. La persona empática es capaz de darse cuenta de que dicho comentario te ha molestado, incluso, aunque ella piense de otra manera. La empatía está relacionada con la compasión, porque es necesario cierto grado de empatía para poder sentir compasión por los demás. Te permite sentir el dolor y el sufrimiento de alguien  y, por tanto, llegar a compadecerte de esa persona que sufre y querer prestarle ayuda.

Pues bien, con el uso de las redes sociales, la empatía está desapareciendo a pasos agigantados. Cuando alguien habla, el mensaje que transmiten sus palabras es sólo el 7% de la comunicación, el 38% de la información nos la transmite su tono de voz, entonación, ritmo y otros detalles, mientras que el máximo del contenido de la comunicación lo transmite su lenguaje corporal, con un 55%. Comunicamos más con nuestro cuerpo que con nuestras palabras. Para que exista una verdadera comunicación necesitamos ver, observar a nuestro interlocutor, interactuar con él. Fíjate en dos personas que estén enfrascadas en una conversación, lo normal es que acaben imitándose en los gestos, que estén en sintonía. Se necesita el contacto con el otro, respirar su energía. Es más, alguien te puede estar contando que es muy feliz y, sin embargo, puede que percibas que no es así por sus gestos, por el tono de voz que emplea, por su lenguaje corporal, si sonríe, si se le aguan los ojos. Todo esto es posible si  hay contacto visual o físico y  las redes no lo tienen.

Ya  hay estudios que demuestran que los jóvenes de ahora empiezan a mostrar menos preocupación por los demás que los jóvenes de hace 25 años. Los universitarios de ahora son un 40% menos empáticos que sus padres. La facilidad que existe para “hacer amigos” en las redes hace más probable que a la hora de responder a los problemas de los demás, simplemente desconecten, desaparezcan  y, lo preocupante es que  estos comportamientos  van en aumento empezando, incluso,  a extenderse  a la vida fuera de intenet. Es más, cuando surge una discusión, mucha gente prefiere  utilizar mensajes de texto en lugar de mantener  una conversación cara a  cara, a la hora de dar una excusa a un amigo, mejor si es por mensaje de texto, parejas que terminan su relación y lo hacen  por mensaje de texto, pésames que se dan por mensaje de texto.

Es claro que las nuevas tecnologías están aquí para quedarse,  se está produciendo un cambio en la manera que tenemos de relacionarnos pero lo que no debemos perder jamás es  la humanidad que nos caracteriza como individuos. Necesitamos, para sobrevivir, estar conectados y cuando digo conectados me refiero a conectar con la mirada, con el roce, con un abrazo,  con un gesto, al fin  y al cabo somos seres humanos  y necesitamos estas sensaciones tanto como respirar.

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