
Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización. «Antes del fin» (1999), Ernesto Sabato
La globalización ha sido el mayor embuste de los últimos años. Es el “caballo de Troya” de la época moderna. Disfrazada de “estado del bienestar”, ecología y demás patrañas, por ahora lo que ha conseguido es que el número de pobres haya aumentado de manera drástica y que los ricos, que siguen siendo prácticamente los mismos, lo sean cada vez más. Aquí, lo único global es la pobreza, tanto económica como de protección al individuo. Un informe reciente del Credit Suisse Bank reveló que, cerca de la mitad de la riqueza del mundo (46%) está en manos de 1% de la población.
Para los que no lo recuerden, la guerra de Troya fue un conflicto bélico que enfrentó a la ciudad de Troya contra un grupo de pueblos griegos, el motivo aquí es lo de menos.
La guerra duraba ya más de 9 años durante los cuales habían muerto muchos héroes, y los griegos no sabían qué hacer para cruzar las murallas de Troya. Se habían dado cuenta de que por la fuerza bruta era imposible y se les ocurrió la idea de construir un gran caballo de madera, donde se escondieron los mejores guerreros griegos. Entonces, engañaron a los troyanos haciéndoles ver que el caballo era un “regalo», estos permitieron que el caballo entrase en su ciudad. Y ¡zas!, cuando los troyanos se quisieron dar cuenta su ciudad había sido totalmente aniquilada.
La globalización es ese regalo envenenado que años después no ha funcionado y que cada vez resulta más patético e inverosímil.
Ha favorecido las relaciones económicas y políticas de “unos cuantos” a nivel mundial que son los que pretenden manejar el mundo, mientras ha fagocitado a los pequeños comercios, a la economía circular, a los mercados de ciudad, a los pequeños autónomos con negocio propio, a las tiendas de toda la vida, siendo estos incapaces de autoabastecerse y sobrevivir. En este cuento, el grande siempre acaba devorando al pequeño.
Se trata de crear un solo estado a nivel mundial, con unas únicas normas u órdenes en el que un ejército de borregos obedezca a los de arriba. ¡Recientemente Australia ha aprobado una ley que prohíbe a los ciudadanos cultivar sus propios alimentos!
Un país debe ser independiente y autosuficiente en todo lo que pueda. Generar riqueza para sus habitantes, comerciando con lo que produce y con lo que compra a otros países. Protegiendo sus valores constitucionales, la justicia, la prosperidad. Garantizando la libertad de elección, la seguridad, el progreso, la vida y el bienestar de sus ciudadanos, si es necesario, frente a injerencias externas.
Una nación no puede, ni debe perder su identidad, sus costumbres, su idioma… en aras a ser absorbido por un “ente” que lo que pretende es someter a la mayoría. Aquí lo que menos importa son las personas. Con un discurso tremendamente paternalista (como si fuéramos imbéciles) estamos siendo manejados a gusto y en función del capricho de unos pocos. No comas carne, no bebas cerveza o vino, no cultives tu propio alimento, no te reproduzcas, no opines diferente. Hemos pasado de la conciliación de posturas a la imposición y eso no puede ser, ya que es inaceptable para la libertad humana.
Si te fijas bien, esta globalización viene acompañada por el odio, el engaño, la codicia, el miedo, la represión, no veo por ningún lado el altruismo, la compasión, el respeto, la diplomacia, la paz, siempre hay un interés oculto detrás de una decisión, sólo hay que saber mirar y estar atento. A esto hay que añadir la farsa y oscurantismo de los medios de comunicación con su discurso único e imperturbable y la censura que se nos impone a los usuarios de las redes sociales, a la que no debemos de acostumbrarnos jamás.
En nuestro continente, está muy bien la idea de un espacio en el que los europeos podamos transitar sin corta pisas, pero si el precio a pagar es perder nuestro poder adquisitivo, nuestra libertad de expresión, nuestra lengua, nuestra identidad y orgullo de sabernos pertenecientes a un lugar, a un país, con nuestras leyes propias, nuestra manera de ver la vida, nuestra maravillosa idiosincrasia…no compensa, por lo menos para mí.
Porque si tú y yo, viviendo en la misma ciudad, tenemos divergencias y nos gusta que nos traten de manera diferente, si tú cuando vienes a mi casa respetas mis normas y aceptas que yo tengo mis costumbres y que esa diversidad nos enriquece y nos caracteriza, imagínate si lo extrapolamos a personas de otros países, franceses, ingleses, alemanes, mexicanos, japoneses … los individuos no podemos ser tratados como una masa única y homogénea porque NO lo somos.
La globalización sería “global” si todos saliésemos ganado con ella pero por mucho que nos empeñemos o nos quieran hacer creer, no es el caso.