
“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas” (Sigmund Freud).
Una buena conversación es el mayor de los regalos que podemos disfrutar. En una sociedad en la que el aislamiento que producen las “nuevas” tecnologías ha llegado para quedarse, hay que saber cuándo apartarlas para ganar en cercanía con los demás.
En este encuentro emocional insustituible, la palabra se convierte en transmisora de afectos y no sólo de contenidos, recuperando así el poder que le corresponde.
Creo que, desde la escuela, a los niños habría que enseñarles a saber escuchar, pues la diferencia entre un buen y un mal conversador es siempre la escucha.
Saber escuchar es un arte que, si realmente se quiere, se puede aprender.
Cuando una persona habla, libera su alma. Una verdadera conversación es aquella en la que nadie es juzgado ni censurado, donde se respeta la libertad del otro. Un lugar de encuentro en el que podemos expresar sin tapujos lo que sentimos, mostrar nuestras intimidades de manera abierta y auténtica.
Luis Rojas Marcos, psiquiatra y profesor de la Universidad de Nueva York, afirma que «hablar es muy sano para la salud mental y que incluso, si no se tiene con quien dialogar, hay que hacerlo con los animales domésticos o las plantas y también con uno mismo y en voz alta”
También Valentín Fuster, el prestigioso cardiólogo asegura que «hablar es bueno para el corazón porque reduce las pulsaciones y baja la presión arterial»
Estamos viviendo una situación completamente inusual que genera en muchas personas un sentimiento enorme de vulnerabilidad y de incertidumbre, de no saber. Individuos que viven en un estado de pánico permanente, pues bien, si fuesen capaces de poner todo lo que sienten en palabras, la ganancia que obtendrían sería enorme. Hablar de nuestros sentimientos nos ayuda a clarificar la situación y como a nuestro cerebro no le gustan los vacíos, estas explicaciones son muy beneficiosas para el sujeto y su bienestar.
Se trata de crear un espacio en el que, el que escucha, lo haga desde el amor, el respeto, la comprensión, la paciencia, la empatía y la complicidad. Desde el deseo de ánimo, de ayuda, de acompañamiento hacia ese ser que tiene delante.
Casi con seguridad, habrá momentos de silencio, si se dan hay que respetarlos, porque muchas veces esos silencios dicen más que las palabras.
No permitas a tu mente divagar sobre lo que le contestarás a tu interlocutor mientras este te habla, no se trata de eso. Recuerda que tenemos dos oídos y una boca justamente para escuchar el doble de lo que hablamos. Simplemente déjalo que te cuente, sé amable para que pueda vaciar eso que tanto le duele y deja que el momento fluya por sí solo, que se dé la magia. Cuando le regalas atención plena al otro te enriqueces, amplías la visión del mundo que te rodea, aprendes y creces.
Si estamos pasando un momento complicado, hablar con alguien es una de las mejores cosas que podemos hacer. Ya que el simplemente hecho de sentir que alguien nos presta verdadera atención nos libera de cargas mentales y emocionales porque, cuando compartimos con otros lo que nos sucede, nos sentimos acompañados, más livianos y, sobre todo, nos sentimos profundamente humanos.
En una época en la que la tasa de suicidios ha aumentado drásticamente, hablar nos ayuda a tener una mejor salud mental además de, a mejorar la calidad de nuestras relaciones interpersonales.
Busca a alguien en quien confíes y con quien te sientas cómodo para poder abrirte, un amigo, una madre, un padre, alguien cercano, un profesional, porque tu salud mental es importante y la cuidas cuando conversas de manera efectiva.