Las palabras tienen un peso muy grande en las personas, tienen el don de crear o de destruir. Si el vocabulario que empleamos es negativo, crítico y destructivo, así será nuestra vida y ese será el mensaje que estaremos transmitiendo a los demás. Si, por el contrario, utilizamos un lenguaje constructivo, positivo y empático seremos capaces de ver “la luz al final del túnel” y haremos que los demás se sientan mejor.
Una palabra de ánimo a una persona que está atravesando un mal momento puede ser la mejor medicina para animarla a levantarse y a seguir peleando.
Sin embargo, una palabra hiriente, inapropiada o cruel dirigida a alguien que se siente triste o que está desesperado puede terminar hundiéndolo del todo.
Cuida las palabras que dices y tu manera de hablar.
Las dos ranas, cuentito.
Un grupo de ranas paseaba despreocupadamente por el bosque cuando de pronto dos de ellas cayeron, por accidente, a un profundo agujero. Pensando en que sería imposible salvarlas, las demás ranas les dijeron a sus desafortunadas compañeras que no se esforzaran pues ya no podrían salir de ahí.
Las dos ranas hicieron caso omiso y saltaron lo más fuerte que pudieron para salir del hoyo. Desde fuera, sus compañeras seguían insistiendo en que sus esfuerzos serían en vano.
Después de un largo rato, una de las ranas acabó prestando atención a lo que las demás le decían y se rindió. Terminó por desplomarse del cansancio y murió. Sin embargo, la otra continuó saltando con todas sus fuerzas, mientras las ranas le hacían señas y seguían gritando para que dejara de sufrir, pues pensaban que no tenía caso seguir luchando. La rana siguió saltando cada vez más alto hasta que por fin ¡logró salir del hoyo!. Una vez a salvo, las demás ranas la miraron sorprendidas y le dijeron: “Nos da gusto que hayas logrado salir de ahí después de todo lo que te dijimos”.
La rana, confundida, les explicó que era parcialmente sorda, por lo que no podía escuchar muy bien de lejos y que pensó que las demás la estaban animando a esforzarse para salir del hoyo.
