
Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada -Mark Twain-
En el interior de una caverna vivían encadenados unos hombres. Llevaban ahí desde que nacieron, sujetos a la pared de la gruta por el cuello, los brazos y los pies. De esta forma, cada uno de ellos sólo podían mirar a la pared que tenían enfrente, ya que una pesada argolla les impedía girar la cabeza. Por lo tanto, no conocían más que lo que podían ver desde su posición.
Detrás de ellos había un pasillo con una hoguera. Por el pasillo andaban con mercancías otros hombres, y los prisioneros encadenados, veían sombras reflejadas en la pared frente a sus ojos, sin poder determinar a qué o a quién pertenecían.
Los hombres creían que la forma de los objetos que veían era la realidad, ya que no podían ver nada más. Así que se habían hecho a la idea de que tras ellos deambulaban espantosos monstruos de extrañas formas.
Un día, uno de estos hombres consiguió liberarse de las cadenas. Al darse la vuelta y ver la hoguera y los hombres que iban y venían con mercancías, empezó a darse cuenta de lo equivocado que estaba.
Después, el hombre consiguió llegar al exterior a través de una empinada cuesta y al salir, contempló un mundo muy distinto al que conocía: de pronto vio el cielo, la luz del sol, que le cegó hasta el punto de no poder soportarlo. Descubrió las montañas, los animales y las personas libres.
Su mente empezó a darle vueltas a todo, cada vez más consciente del error que le había hecho creer una mentira. Y, después de acostumbrar sus ojos al nuevo mundo, no sin cierto dolor, logró verlo todo mucho más nítido.
El hombre regresó a la cueva, porque sintió el deber moral de liberar a sus compañeros y compartir aquel descubrimiento con ellos. Pero antes de soltar sus cadenas, les contó lo que iban a ver, lo equivocados que estaban y lo que les esperaba. Sus compañeros pensaron entonces que mentía, que estaba ciego y loco, y no le creyeron. De hecho, de camino al exterior de la cueva, pensaron que lo mejor sería matarlo.
La realidad puede ser muy diferente según desde donde la observemos, desde el mundo de los sentidos, los sentimientos y emociones o desde la razón y las ideas.
Mientras los sentidos nos pueden confundir y engañar, la razón, el pensamiento crítico y la habilidad del ser humano para reflexionar nos libera. La mayoría de las veces creemos que algo es real porque son nuestros sentidos los que nos lo dicen. Pero lo cierto es que la realidad no es tal hasta que se despoja de todos los sentidos y se queda sólo con la razón.
Ya desde pequeños nos “encadenan” a una pared, nos educan en base a unos conocimientos que aceptamos como válidos (las creencias), algo que jamás cuestionamos. Este mismo comportamiento se refleja en la edad adulta, cuando somos incapaces de debatir ningún discurso, nos volvemos unos “tragacionistas”, todo lo que nos dicen lo aceptamos sin dilación como si de una verdad universal e incuestionable se tratase, es más, si a algún individuo se le ocurre poner en duda lo que damos por cierto, caemos sobre él y lo destrozamos. Y es que a veces, la verdad es tan dura y difícil de entender que elegimos no verla y preferimos matarla.
Es sorprendente como en la era del progreso, la información y la comunicación ha aumentado, de manera exponencial, la cantidad de gente aborregada incapaz de cuestionar nada. Con la vista en las pantallas luminosas, imposibilitados de mirar hacia otro lado.
La verdadera realidad sólo se puede ver con la razón. Hasta que no seamos capaces de analizar cada idea con el intelecto no lograremos llegar a ella, al conocimiento absoluto, algo que nos hará libres.
La verdad puede resultar dura, cruel, extraña y hasta dolorosa pero, peor es permanecer en la ignorancia y morir en ella, habiendo sido incapaz de levantar la cabeza y haber visto otra cosa que no sea la luz brillante de una pantalla.
(Texto del cuento: tucuentofavorito.com)
Cheers!