Coaching

El águila que se creía gallina

 “Todos necesitamos un firme sentido de identidad”. – Christopher Eccleston.

Conocer cuál es nuestra identidad es una de las tareas más valiosas e importantes del ser humano. Cuando no sabemos quiénes somos, no podemos saber a dónde vamos.  A veces, la vida nos lleva por caminos que nos obligan a comportarnos de una forma que “sentimos” no concuerda con quien en realidad somos. El instinto nos dice que nuestra esencia sigue presente pero poco a poco la vamos silenciando y acabamos olvidándonos de nuestra verdadera identidad. Nos conformamos con tener una vida mediocre pagando, por ello, un precio muy alto. 

Cuentito: Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que las gallinas y a comportarse como ellas. Un día, un hombre que pasaba por allí le preguntó al granjero: 

– ¿Por qué esta águila, el rey de todas las aves, permanece encerrada en el corral con las gallinas? 

El granjero contestó: 

– Me la encontré malherida en el bosque, y como le he dado la misma comida que a las gallinas y vive con ellas, no ha aprendido a volar. Se comporta como una gallina y, por tanto, ya no es un águila. 

El hombre dijo: 

– El tuyo me parece un gesto muy hermoso, haberla recogido y curado. Le has dado la oportunidad de sobrevivir, le has proporcionado la compañía y el calor de las gallinas de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si la ponemos en situación de hacerlo? 

– Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Hay cosas que ya no se pueden cambiar. 

– ¿Qué te parece si nos enfocamos en su espíritu de águila y en sus capacidades para volar? 

– No servirá de nada, pero probemos. 

A la mañana siguiente, el hombre sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana y le dijo: «Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo». 

Pero el aguilucho que llevaba toda su vida comportándose como una gallina tuvo miedo. No se sentía capaz, y volvió hacia donde estaba el hombre dando saltos como las gallinas. 

Una mañana, sin perder el ánimo, después de más de diez días intentándolo, el hombre llevó al aguilucho al tejado de la granja y le repitió: «Eres un águila. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo». Y esta vez añadió: «No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Tu esencia es hermosa y valiente como la de un águila, estás aquí para brillar por ti mismo, para vivir la vida que realmente te corresponde.” 

El aguilucho miró alrededor, abajo el corral, y arriba el cielo. Entonces el hombre lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había conectado con su verdadera esencia.  

Y tú… ¿has dejado crecer al águila que hay en ti? En la vida todos tenemos un propósito que cumplir, un espacio que llenar. No permitas que nada ni nadie te impida conocer y compartir la maravillosa esencia de tu ser. 

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