Acompañar a morir

Desde muy pequeños nos enseñan cómo debemos vivir, pero nadie nos enseña a morir. De la muerte no se habla.

– Sandra Arteaga

Desde muy pequeños nos enseñan cómo debemos vivir, pero nadie nos enseña a morir. De la muerte no se habla. Vivimos de espaldas a ella, como si ese momento no fuese a llegar nunca, como si no tuviese nada que ver con nosotros, hasta que llega y nos toca.

Sí, acompañar a morir es un arte y más en una cultura como la nuestra. Tal vez si supiésemos cómo se siente esa persona seríamos capaces de acompañarlo en su viaje.

Tanto los enfermos que saben que van a morir como las personas que han perdido o son conocedoras de que van a perder a un ser querido pasan por las mismas cinco fases.

La negación, “no puede ser que me vaya a morir, yo no”, o “debe ser un error, mi esposa no va a morir”.  Es una defensa, una forma normal y sana de enfrentarnos a una noticia horrible, inesperada, repentina. Permite a la persona considerar el posible fin de su vida y después volver a la vida como ha sido siempre. A la negación la sustituye la rabia, esta fase es especialmente complicada para los familiares y amigos ya que el enfermo despotrica y escupe contra Dios y contra todo el que se le pone por delante. Esa rabia es algo necesario y natural, por muy difícil que sea la situación no debemos tomarla como algo personal. Luego viene la fase de la negociación, “no dejes que me muera aún, dame un poco más de tiempo”, o “deja que mi esposa pueda vivir un poco más para que pueda ver terminada la casa que nos estamos construyendo”. Es en este momento, en el que hay que aprovechar y preguntarle al enfermo si tiene algo pendiente y ayudar. Es un buen momento también, para permitirle exteriorizar su rabia y librarse de ella, ya que en esta fase se muestra más comunicativo. Luego le sigue la etapa de la depresión, la tristeza profunda y la sensación de vacío son características de esta fase, cuyo nombre no se refiere a una depresión clínica, sino a un conjunto de emociones vinculadas a la tristeza, naturales ante la situación en la que nos encontramos. Tanto si nosotros, como nuestro ser querido, conseguimos pasar por todas estas etapas, llegaremos a la fase final, la de la aceptación. Para el enfermo se trata de resignación, de meditación, desaparece la lucha interior y se prepara para lo que es inminente, para irse en paz. Para los que nos quedamos se trata de aprender a vivir con el recuerdo de esa persona que siempre llevaremos en nuestro corazón.

La mayor prueba de amor hacia ese ser querido es lograr que el camino lo recorra de la mejor manera posible. Ellos no saben a dónde van y tienen miedo, algunos tienen asuntos pendientes y necesitan solucionarlos antes de irse.

Una conversación por terminar, una promesa incumplida, un te quiero por decir, la visita de un hijo que se fue y nunca volvió, un malentendido por aclarar. No quieren que los mires con pena o resignación, lo que verdaderamente necesitan es sentirse comprendidos, escuchados, poder expresar lo que sienten, si tienen miedo, si temen que al irse alguien a quien quieren quede desamparado.

Necesitan que les preguntes cosas verdaderamente importantes para ellos como: ¿Qué te angustia?
¿Qué necesitas?
¿Qué tienes pendiente y te gustaría poder hacer?
¿De qué quieres hablar?
¿Qué temes de la muerte?
¿Cómo te gustaría que fuese llegado el momento?
¿Qué cosas son importantes en tu vida?
¿Si pudieras escoger entre tener más tiempo o una mejor calidad de vida qué elegirías?

Se trata de escuchar lo que dicen, qué necesitan. No hay que convertir la despedida en un drama porque si no para ellos será aún más difícil y lo que quieren es poder irse y descansar en paz.

Acompañar a morir

Una mirada de amor al final de la vida